En el pasado año, todos hemos estado trabajando bajo la estela de resaca que dejó tras de sí la cumbre de Copenhague: la decepción, las suspicacias, el escepticismo y la desorientación. Y mientras que se podría haber conseguido mucho más en Cancún, el resultado de estas negociaciones es una situación mucho mejor que la que había.
La cumbre de Cancún no fue perfecta a decir verdad, pero ha servido para echar la solera de un acuerdo legalmente vinculante y ambicioso, lo que nos pone de nuevo en el camino para ir a por el premio gordo. Se trata de algo muy importante, hemos franqueado un escollo, apartándonos de la gris y fría confusión que dejó la cumbre de Copenhague, y gracias en gran medida a los esfuerzos del gobierno mexicano.
Los avances conseguidos en Cancún no son de los que aparecen en primera plana, pero aunque resulte irónico, se ha conseguido mucho más en este centro turístico mexicano que con todo el revuelo que suscitó la cumbre que tuvo lugar en estas fechas el pasado año. Sí, hay que reconocerlo, los acuerdos de Cancún no son suficientes para plantarle cara al cambio climático en el mundo por sí solos, pero se han adoptado una serie de decisiones que sin duda salvarán vidas humanas.
Entre lo más destacado, está la creación de un Fondo Climático para afrontar el cambio climático, una ventanilla única de atención que facilitará y velará para que la imprescindible provisión financiera llegue a las personas y comunidades más apremiadas y que ya se enfrentan a los efectos del cambio climático. Ésta fue en todo momento la piedra angular sobre la que se sentó un acuerdo entre los países ricos y los pobres en Cancún.
Las deplorables e inadecuadas promesas de recortes en las emisiones verbalizadas después de la cumbre de Copenhague ahora se han establecido como referente mínimo, allanando el camino para realizar mayores recortes que vayan en consonancia con los desarrollos científicos.
El Protocolo de Kioto, destripado con saña durante las pasadas dos semanas, sigue en pie. Pero eso significa que queda mucho más por hacer, aunque ahora partimos de la base de que los recortes de emisiones deben referirse a los niveles de 1990 (y no de 2005), por lo que nuestras aspiraciones en recortes deben ser mucho más ambiciosas. Ahora hay una mayor confianza entre los países en vías de desarrollo en que los países ricos prestarán su apoyo para dar continuidad a una segunda etapa de compromiso.
Pero éste no es el final de la historia, sino el comienzo. Necesitamos llevar más lejos las promesas plasmadas en el Acuerdo de Cancún y garantizar que contamos con los mecanismos reguladores con los que controlar las emisiones en los Estados Unidos y conseguir así reducciones reales. Se trata de un aspecto fundamental, ya que los Estados Unidos no tienen objetivos legalmente vinculantes bajo el auspicio del Protocolo de Kioto. Además es necesario tener identificadas las fuentes de financiación a largo plazo: puede que la Organización Marítima Internacional (OMI) se suba al carro cuando se reúna en primavera para discutir los niveles de transporte marítimo internacional, y que todavía siguen sin estar regulados. Y lo mismo pasa con la aviación internacional, un factor que no puede faltar en esta ecuación.
Las mujeres, el grupo más afectado por las consecuencias del cambio climático, han pasado desapercibidas en el acuerdo financiero, habiendo hecho una breve aparición a comienzos de la semana pasada cuando se propuso que las mujeres estuvieran representadas en la junta del Fondo Climático. Y por supuesto que deben estar representadas.
Fuera de las negociaciones de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, las naciones-estado y los bloques pueden adoptar una resolución más firme a la hora de luchar contra el cambio climático. La Unión Europea debe aumentar sus objetivos de recortes de emisiones del 20 por ciento con respecto a los niveles de 1990 a, al menos, un 30 por ciento para el año 2020. El Reino Unido debe adoptar la recomendación del Comité sobre el Cambio Climático, estableciendo un objetivo de reducción de emisiones del 60 por ciento para el año 2030. Los países ricos deben sacar un aprendizaje de la experiencia "piloto" de financiación inmediata, de manera que la financiación a largo plazo sea un medio complementario a las ayudas para el desarrollo.
Los países ricos deben mostrar una mucho mayor resolución a la hora de liderar la lucha contra el cambio climático en el mundo. En los Estados Unidos, es necesario volver a recomponer los medios de lucha desde cero, propiciando una movilización de base que dé lugar a acciones de peso en el plano estatal y que siga ejerciendo presión para promover acciones en el marco federal, una esfera que sigue suponiendo un freno para emprender una verdadera lucha contra el cambio climático en el mundo.
Brasil, Sudáfrica, India y China deberían aportar más a las ambiciosas acciones propuestas por ellos ya en Copenhague y ahora en la cumbre de Cancún, estableciendo un nuevo patrón de desarrollo limpio y erradicación de la pobreza. Y los gobiernos de los países más vulnerables, los que han sido responsables en menor medida de la crisis generada por el cambio climático, pero los primeros en sufrir y de manera más intensa sus trágicas consecuencias, deberían desarrollar planes a largo plazo con los que potenciar la capacidad de recuperación de sus habitantes y comunidades ante los efectos del cambio climático. Muchos de los países más pobres ya han esbozado ambiciosos planes con los que controlar el aumento de sus emisiones (como el plan de las Maldivas de conseguir la neutralidad en emisiones de carbono para el año 2020), y la comunidad internacional debe prestarle su apoyo en este tipo de esfuerzos que conducirán a salvar muchas vidas.
Cancún es un capítulo importante en la épica gesta de lucha contra el cambio climático en el mundo. Si las naciones vieran a Cancún desde la óptica adecuada, como un punto de inflexión desde el cual cimentar un nuevo camino, el final de libro podría estar más próximo de lo que parece.
- Jeremy Hobbs – director general de Oxfam Internacional