En Latinoamérica y el Caribe, 30 millones de personas han sido afectadas -sólo en los últimos 10 años- por desastres atribuidos a fenómenos naturales como las lluvias. Las pérdidas son violentas: 210 mil millones de dólares y 30 mil personas fallecidas.
Pero las precipitaciones no son las culpables. Los desastres ocurren porque cada vez más personas viven en condiciones que las hacen vulnerables a los fuertes inviernos: tras migrar del campo a la ciudad se ven obligadas a vivir a la orilla de los ríos, sus barrios no tienen acceso a servicios básicos, cuentan con precaria infraestructura o están expuestas a derrumbes y deslaves producto de la deforestación. A veces incluso son víctimas de gobiernos que no actúan con eficacia y rapidez.
Mientras algunas personas pueden resguardarse de los aguaceros torrenciales en su casa, leyendo un buen libro y tomando café, otras tienen que buscar refugio y poner a salvo sus pertenencias. ¿Por qué no llueve para todo el mundo por igual? Somos iguales pero, quizás, no lo seamos tanto... A través de las historias de Hector, Gloria y Otilia, de Paraguay, podemos apreciar esta realidad: detrás de las inundaciones, está la desigualdad.
Hector compra escombros para crear barreras que protejan su terreno
Para Gloria, la lluvia no moja igual que para sus vecinos a 200 metros
Otilia, cuenta con esperanza su lucha contra la lluvia
Los líderes mundiales que se reunirán en París el próximo mes de diciembre tienen en su mano el poder para anteponer las necesidades de las personas que menos han contribuido al cambio climático y que, sin embargo, más sufren sus efectos.
Hagamos que 2015 sea el año en el que nuestros líderes antepongan las necesidades de las personas más vulnerables en la lucha contra el cambio climático. Ha llegado la hora de emprender acciones urgentes para combatir el cambio climático y dar nuestro apoyo a las personas más afectadas por los fenómenos meteorológicos extremos y los desastres. Y es hora de que nuestros líderes mundiales también lo hagan.