Esta es la dura realidad que la pandemia ha puesto de manifiesto: las desigualdades no solo generan un inmenso sufrimiento; contribuyen a la muerte de al menos una persona cada cuatro segundos.
Durante los últimos dos años, muchas personas han muerto al contraer un virus infeccioso porque no habían podido vacunarse a tiempo. Han muerto por otras enfermedades porque no podían permitirse atención médica privada. Han muerto de hambre al no poder comprar alimentos. Y muchas mujeres han muerto víctimas de la violencia de género.
Y mientras todas estas personas perdían la vida, las más ricas del mundo han seguido enriqueciéndose. Algunas de las mayores empresas incluso han obtenido beneficios insólitos.
Las desigualdades no son una cuestión abstracta. Son devastadoras y tienen consecuencias reales. Han provocado que la pandemia de COVID-19 se prolongue más tiempo, cause más daños y resulte más mortal. Están enquistadas en nuestros modelos económicos y están devastando nuestras sociedades.
Esta realidad no es fruto del azar, sino que se trata de una elección; y la solución está a nuestro alcance.
Tendencias alarmantes: cómo la COVID-19 ha provocado una explosión de las desigualdades
1. El mayor aumento de las fortunas milmillonarias jamás registrado
La riqueza de una pequeña élite mundial formada por 2 755 milmillonarios ha crecido más durante la pandemia de COVID-19 que en el conjunto de los últimos 14 años. Se trata del mayor incremento anual jamás registrado. Y se ha dado en todos los continentes. Este incremento es el resultado del aumento desorbitado de los precios de los mercados de valores, el apogeo de las entidades no reguladas y el auge del poder monopolístico y la privatización, junto a la erosión de las normativas, los tipos impositivos a las personas físicas y las empresas, los derechos laborales y los salarios. Desde el inicio de la pandemia, ha surgido un nuevo milmillonario en el mundo cada 26 horas.
2. Las desigualdades se cobran vidas humanas
Las desigualdades matan. Se estima que las desigualdades contribuyen actualmente a la muerte de cerca de 21 300 personas al día; dicho de otra manera, a la muerte de una persona cada cuatro segundos. Se trata de una estimación conservadora de las muertes ocasionadas por el hambre, por la falta de acceso a servicios de salud y los efectos del cambio climático en países pobres, y por la violencia de género, arraigada en sistemas económicos patriarcales y sexistas, a la que se enfrentan las mujeres. Millones de personas aún estarían vivas si hubieran recibido una vacuna contra la COVID-19. Pero se les negó esa oportunidad. Mientras, las grandes empresas farmacéuticas continúan conservando el monopolio de estas tecnologías.
3. La pandemia de COVID-19 se alimenta de las desigualdades
Las desigualdades afectan de forma desproporcionada a la mayor parte de las personas que viven en situación de pobreza, las mujeres y las niñas, y las personas racializadas y en situación de exclusión. Actualmente, las desigualdades están provocando que la pandemia de COVID-19, que ha causado un drástico aumento de la pobreza en todo el mundo, se prolongue. Más del 80 % de las vacunas contra la COVID-19 han ido a parar a los países del G20, mientras que menos del 1 % ha llegado a países de renta baja. Este apartheid de las vacunas se está cobrando vidas y está alimentando las desigualdades en todo el mundo. En algunos países, las personas en mayor situación de pobreza tienen casi cuatro veces más probabilidades de perder la vida por la COVID-19 que las más ricas.
4. Las desigualdades nos perjudican directamente a la inmensa mayoría
Las desigualdades son una amenaza mortal para nuestro futuro. La concentración extrema de dinero, poder e influencia en manos de unos pocos tiene efectos perniciosos para el resto de la humanidad. Todas y todos sufrimos las consecuencias del calentamiento global, cuando son los países ricos quienes están detrás del 92 % del exceso de emisiones históricas. Todas y todos salimos perdiendo cuando las emisiones de carbono del 1% más rico duplican las de la mitad más pobre de la población mundial, o cuando unas pocas pero poderosas empresas monopolizan la producción de vacunas y tratamientos vitales en medio de una pandemia global.
5. Las desigualdades no son fruto del azar; son una elección
El crecimiento desorbitado de la riqueza de los milmillonarios no es indicativo de una economía sana, sino consecuencia de un sistema económico violento y nocivo. El hecho de que las personas en situación de pobreza, las mujeres y las niñas, y las personas racializadas se vean afectadas y mueran de manera desproporcionada en comparación con las personas ricas y privilegiadas no es una casualidad. Las desigualdades extremas son una forma de violencia económica en la que las decisiones legislativas y políticas a nivel sistémico y estructural, diseñadas para favorecer a las personas más ricas y poderosas, perjudican directamente a la amplia mayoría de la población mundial y, especialmente, a las personas más pobres, las mujeres y las niñas, y las personas racializadas. Aquí te mostramos cuatro ejemplos de cómo opera la violencia económica:
Es un secreto a voces: los Gobiernos pueden tomar medidas
Los Gobiernos tienen un gran margen de maniobra para cambiar radicalmente el rumbo. Es su elección. Pueden elegir entre una economía sexista, racista y violenta en la que la riqueza de los milmillonarios aumenta exponencialmente, y en la que millones de personas mueren y miles de millones más se empobrecen debido a las desigualdades; una economía en la que agotamos los recursos de nuestro planeta y, con ello, el futuro de la humanidad.
O pueden elegir una economía centrada en la igualdad, en la que nadie viva en la pobreza, ni tampoco en una riqueza milmillonaria inimaginable; en la que haya libertad para vivir sin miseria; en la que todo el mundo pueda prosperar, no solo sobrevivir, y albergar esperanza; una en la que las desigualdades no maten.
Es la gran elección de nuestra generación, y ha llegado el momento de tomarla.