En los últimos meses, hemos sido testigos de la lucha de algunos de los países más ricos del mundo contra los efectos de la pandemia de COVID-19 y la emergencia económica y de salud pública que ha provocado. Estos países al menos disponen de los recursos necesarios para amortiguar el golpe, pero los países pobres se enfrentan a estas enormes amenazas con escasos recursos.
La pandemia ha saturado algunos de los mejores sistemas de salud del mundo, pero la crisis podría agravarse a medida que el virus coja fuerza en los países en los que la población ya sufre la falta de una atención médica adecuada y asequible:
- La República Centroafricana solo tiene 3 respiradores para todo el país.
- Tanzania cuenta con un solo médico por cada 71.000 personas.
- Kenia solo dispone de 130 camas en unidades de cuidados intensivos para una población de casi 50 millones de personas.
Sabemos que los países con un sistema de salud de carácter público y universal son los que se encuentran mejor preparados para superar esta crisis. Sin embargo, los servicios de salud de la mayoría de los países son indignantemente frágiles y profundamente desiguales. Solo reciben tratamiento quienes tienen dinero.
Esto nos lleva a la cuestión de la deuda.
Una elección imposible: pagar la deuda o invertir en salud
Muchos países tienen una enorme deuda con los países más ricos, los bancos privados y las instituciones financieras multilaterales como el FMI y el Banco Mundial.
El nivel de la deuda externa pública acumulada por los países en desarrollo es impactante: en 2018 había alcanzado los 457.000 millones de dólares para 73 países. Tan solo en 2020, los 76 países más pobres del mundo tienen que pagar 40.600 millones de dólares, lo que impide a sus Gobiernos movilizar recursos para invertirlos en prevención y respuestas públicas.
Cada dólar que se destina a pagar la deuda es un dólar que no puede invertirse en proteger a las personas de las enfermedades, el hambre y la pobreza extrema. El año pasado, 64 de los países más pobres del mundo gastaron más en pagar su deuda a los países ricos y a las instituciones financieras que en financiar sus sistemas de salud.
Cancelar la deuda: la manera más rápida de ayudar a los países pobres a afrontar esta crisis
Los sistemas de salud de algunos de los países más pobres del mundo necesitan una inyección urgente de efectivo para hacer frente a esta crisis. El alivio de la deuda es la forma más rápida de hacer llegar el dinero allí donde más se necesita. Tan solo este año, permitiría liberar 40.000 millones de dólares para ayudar a estos países a luchar contra el virus y sus devastadores impactos económicos.
En abril de 2020, el G20 acordó una suspensión temporal de los pagos de la deuda de 73 países. Es un paso en la buena dirección, pero no es en absoluto suficiente. El acuerdo del G20 no abordó las deudas masivas con los acreedores privados, como los bancos y los fondos de cobertura, o algunos de los mayores prestamistas multilaterales como el Banco Mundial, a los que muchos países en desarrollo deben enormes cantidades de dinero.
Juntos, podemos protegernos y construir un futuro más justo para todas las personas
Estamos viviendo una emergencia global de salud pública que supera cualquiera que hayamos vivido antes. Si no se controla, el coronavirus podría causar hasta 40 millones de muertes en todo el mundo y sumir a 500 millones de personas más en la pobreza. La velocidad a la que la pandemia se ha propagado por todo el mundo demuestra que los países no pueden derrotar el virus por sí solos; más que nunca necesitamos una respuesta global.
Las peticiones de cancelación de la deuda de los países más pobres del mundo han seguido aumentando en los últimos meses, desde los líderes de la Unión Africana hasta las más de 800.000 personas que han firmado peticiones en las que se pide un alivio urgente de la deuda, incluida la carta de Oxfam en nombre de los profesionales de la salud de todo el mundo.