Es necesario que transformemos nuestras economías a fin de garantizar la provision universal de servicios públicos básicos como la sanidad y la educación. Para lograrlo, las personas y empresas más ricas deben tributar lo que les corresponde justamente. Esto contribuirá a reducir de manera significativa la brecha existente tanto entre ricos y pobres como entre mujeres y hombres.
Tan sólo 8 personas (8 hombres en realidad) poseen ya la misma riqueza que 3.600 millones de personas, la mitad más pobre de la humanidad. El modelo económico y los principios que rigen su funcionamiento nos han llevado a esta situación que se ha vuelto extrema, insostenible e injusta. Es hora de plantear una alternativa.
La desigualdad económica es consecuencia de un sistema fallido y sexista que valora más la riqueza de una élite privilegiada, en su mayoría hombres, que los miles de millones de horas del esencial trabajo de cuidados no remunerado o mal remunerado que llevan a cabo fundamentalmente mujeres y niñas en todo el mundo. Esto tiene que cambiar.
La riqueza extrema de unos pocos se erige sobre el trabajo peligroso y mal remunerado de una mayoría. Los Gobiernos deben favorecer la creación de una sociedad más igualitaria a base de dar prioridad a los trabajadores y a los pequeños productores agrarios en vez de a los más ricos y poderosos.