“La mayor parte de mi sueldo es para mis hijos. ¿Cómo puede ser suficiente? No puedo permitir que pasen hambre o que crean que no se merecen lo mismo que otros niños porque no tenemos dinero. Yo puedo pasar hambre, pero mis hijos no.”
Algunas de las principales marcas de moda del mundo deslocalizan la fabricación de sus productos a países como Vietnam, donde la mano de obra es barata. En 2015, Vietnam era el cuarto país exportador de ropa del mundo, por detrás de China, la India y Bangladesh.
Pero el coste humano de esta realidad es enorme. Los empleados y empleadas de estas fábricas textiles trabajan seis días a la semana, por menos de un dólar a la hora. Trabajan bajo una enorme presión para cumplir los objetivos y acaban trabajando largas jornadas, sin tener apenas descansos o vacaciones.
Muchas de estas personas proceden de zonas rurales para encontrar trabajos mejor remunerados. A pesar de trabajar bajo la misma presión, estos trabajadores migrantes a menudo deben pagar el doble por servicios básicos como la electricidad o el agua potable.
La mayoría deja a sus familias en su lugar de origen y les envía, de promedio, una cuarta parte de sus ingresos. Además, los salarios son tan bajos que muchas no pueden permitirse visitar su hogar y pasan meses o incluso años sin ver a sus hijos.
La historia de Lan
Lan tiene 32 años y trabaja en una fábrica de la provincia de Dong Nai, en el sur de Vietnam, que confecciona calzado para las principales marcas de moda. Trabaja seis días a la semana, durante al menos nueve horas al día, cosiendo suelas y tacones a los zapatos, y gana en torno a un dólar a la hora. Consigue hacer 1 200 pares al día, pero con su salario mensual no puede permitirse comprarle a su hijo un par.
Lan también trabaja como costurera dos tardes a la semana y como camarera en un restaurante los domingos (el único día que no tiene que ir a la fábrica) para poder salir adelante. Sin embargo, el dinero que gana sigue siendo insuficiente para mantener a su familia. Al final de cada mes, tras cubrir gastos básicos como el alquiler o la comida, apenas le queda dinero.
Lan, que está casada y tiene dos hijos (una niña de 15 meses y un niño de 12 años) ha tenido que mudarse a una ciudad lejana para ganarse mejor la vida, ya que su marido no puede trabajar a causa de una enfermedad. Sin embargo, no ha podido llevarse a sus hijos con ella porque su salario es muy bajo y el coste de vida en la ciudad demasiado alto.
Por eso viven con sus padres en su provincia natal, Thanh Hoa, a casi 1 500 kilómetros. Lan apenas puede visitar a su familia debido al elevado coste del transporte y a que casi no tiene vacaciones.
Trabajar duro merece una compensación justa
Mientras los milmillonarios disfrutan viendo cómo sus fortunas engordan, las mujeres más pobres del mundo trabajan largas jornadas sin apenas descansos. Aun así, casi no tienen dinero suficiente para alimentar a sus familias. En promedio, a un director general de cualquiera de las cinco mayores empresas del sector textil del mundo le basta con trabajar cuatro días para ganar lo mismo que una persona trabajadora de Vietnam en toda su vida.
Esto es señal de que algo no funciona. Los más ricos son cada vez más ricos, mientras que las personas más pobres sufren explotación y viven atrapadas en la pobreza. Pero podemos hacer algo para remediar esta situación. Podemos diseñar un modelo económico que funcione para todas las personas y no solo para una élite selecta. Una economía que premie el trabajo, no la riqueza.
Únete a nuestro llamamiento por un cambio. Luchemos contra la desigualdad y acabemos con la pobreza de una vez por todas.