Cuando nos referimos a la desigualdad de género, solemos pensar en salarios y techos de cristal. Sin embargo, para las mujeres y las niñas, esta desigualdad se ilustra mejor en los largos y arriesgados desplazamientos diarios para ir a recoger agua y las incontables horas que dedican a cocinar, limpiar y cuidar de otras personas. Todas estas tareas "invisibles" recaen sobre ellas de manera habitual, pero no se valoran ni cuentan como un trabajo real.
El trabajo de cuidados es el “motor oculto” que mantiene en funcionamiento nuestras economías, empresas y sociedades. Este trabajo recae principalmente sobre las mujeres y las niñas, por lo que, a menudo, apenas tienen tiempo para recibir una educación, ganar un salario digno, implicarse en la vida comunitaria o participar en la toma de decisiones en la sociedad. Esto las atrapa en la parte más baja de la pirámide económica.
La industria más valiosa del mundo
El trabajo de cuidados es vital para el bienestar humano y de la sociedad. Engloba actividades como el cuidado infantil y la asistencia a personas mayores, con enfermedades físicas y mentales o con algún tipo de discapacidad, además de las tareas domésticas diarias como cocinar, lavar, coser e ir a buscar agua y leña.
Si nadie invirtiese tiempo, esfuerzo y recursos en este tipo de actividades, comunidades, centros de trabajo y economías enteras se colapsarían por completo.
En todo el mundo, el trabajo de cuidados recae de manera desproporcionada sobre las mujeres y las niñas, especialmente aquellas que viven en situación de pobreza y pertenecen a grupos marginados. Además de ocuparse del trabajo de cuidados en sus hogares sin recibir remuneración alguna, muchas mujeres en situación de pobreza también trabajan atendiendo a otras personas, por ejemplo, como trabajadoras del hogar; este es uno de los colectivos laborales más explotados del mundo.
Una responsabilidad enorme y desigual
Las mujeres y las niñas realizan más de tres cuartas partes del trabajo de cuidados no remunerado en todo el mundo, y constituyen dos terceras partes de la mano de obra que realiza este tipo de trabajo de forma remunerada.
Dedican al trabajo de cuidados no remunerado 12 500 millones de horas diarias. Si este trabajo se remunerase aplicando el salario mínimo, esto representaría una contribución a la economía global de al menos 10,8 billones de dólares anuales, una cifra que triplica el tamaño de la industria mundial de la tecnología.
En países de renta baja, las mujeres de zonas rurales dedican hasta 14 horas diarias al trabajo de cuidados no remunerado.
En todo el mundo, el 42% de las mujeres no puede acceder a un empleo remunerado porque son las responsables del trabajo de cuidados, en comparación con tan solo el 6% de los hombres.
El 80% de los 67 millones de personas trabajadoras del hogar que hay en todo el mundo son mujeres. El 90% no tiene acceso a las prestaciones de la seguridad social y la jornada laboral semanal de más de la mitad carece de un límite de horas.
No reconocido, infravalorado: un trabajo invisible
A pesar de ser uno de los pilares de una sociedad próspera, el trabajo de cuidados no remunerado o mal remunerado es prácticamente invisible. Está profundamente infravalorado, y tanto los Gobiernos como las empresas dan por sentado que se va a hacer. De hecho, no suele considerarse un trabajo como tal, y los recursos destinados a este trabajo suelen contabilizarse como un gasto, y no como una inversión.
Además, mina la salud y el bienestar de las mujeres y las niñas y limita su capacidad para prosperar económicamente, ya que amplía las brechas de género tanto en términos de empleo como de salarios. Asimismo, las priva de tiempo, impidiéndoles satisfacer sus necesidades básicas o participar en actividades políticas y sociales.
El trabajo de cuidados no remunerado o mal remunerado perpetúa las desigualdades económicas y de género. Esto alimenta un sistema económico sexista que acumula enormes cantidades de riqueza y poder en manos de una élite rica, cuyos beneficios se deben en parte a la explotación del trabajo de mujeres y niñas y a la vulneración sistemática de sus derechos.
Anteponer los cuidados y el bienestar al beneficio económico y la acumulación de riqueza
En todo el mundo, las mujeres, especialmente aquellas que se encuentran en mayor situación de pobreza, contribuyen enormemente a la economía y la sociedad a través del esencial trabajo de cuidados que realizan. Sin embargo, nuestros sistemas económicos fallidos valoran más la riqueza de una élite privilegiada, en su mayoría hombres, que los miles de millones de horas que dedican cada día las mujeres y niñas al trabajo de cuidados no remunerado, e incontables horas más a cambio de sueldos de pobreza.
Los Gobiernos deben dar la misma importancia al trabajo de cuidados que al resto de sectores para construir una economía más humana que funcione para todas las personas, y no únicamente para una élite privilegiada.
Deben garantizar que las grandes empresas y las personas más ricas paguen su justa parte de impuestos, e invertir ese dinero en infraestructuras y servicios públicos para liberar parte del tiempo que las mujeres y niñas dedican al trabajo de cuidados, lo que les permitiría participar en actividades fuera del hogar y tener así la oportunidad de salir de la pobreza.