
Cerca de mil millones de personas se acuestan con hambre cada noche. No porque no haya alimentos suficientes para todo el mundo, sino debido a las profundas injusticias que se cometen a la hora de producir y acceder a ellos.
El aumento del poder empresarial en la producción alimentaria, la crisis climática y la desigualdad en el acceso a los recursos naturales afectan a la capacidad de las comunidades para cultivar y comprar alimentos. Además, esta situación resulta particularmente dañina para las mujeres, ya que estas trabajan más en el campo de la agricultura que en cualquier otro sector y producen la mayor parte de los alimentos del mundo.
Hambre en un mundo a abundancia
El sector alimentario refleja la creciente desigualdad económica y de género que observamos en la economía global en conjunto. Por un lado, las personas encargadas de producir nuestros alimentos, especialmente las mujeres, a menudo se enfrentan a los mayores niveles de hambre, cobran menos que los hombres y trabajan en condiciones degradantes. Por otro, los grandes supermercados y los gigantes del sector alimentario controlan los mercados alimentarios globales y cosechan los beneficios.
El aumento del hambre se ve potenciado por la agravación de la crisis climática. Resulta más difícil cultivar alimentos con potentes tormentas, sequías más intensas y el aumento del nivel del mar. El cambio climático afecta de forma desproporcionada a las personas en situaciones vulnerables y pone en riesgo sus derechos.
Asimismo, también acentúa la presión sobre la tierra, además de aumentar la demanda de recursos naturales. Las comunidades pobres deben competir con poderosos intereses por el control de los recursos naturales –como la tierra, el agua, los bosques y la energía– de los que dependen para sobrevivir.
Echemos un vistazo a las cifras
821 millones de personas en todo el mundo se enfrentan a una privación crónica de alimentos. Esto supone un retroceso a niveles de hace casi una década.
En 2017, alrededor de 20 millones de personas en África del Este se encontraban al borde de la inanición y necesitaban ayuda humanitaria debido a los efectos del cambio climático.
En productos como los plátanos ecuatorianos o el té de la India, menos del 5 % del precio que se paga en Europa y Estados Unidos llega a los pequeños agricultores y agricultoras.
De acuerdo con el Programa Mundial de Alimentos, si a las agricultoras se les proporcionasen más recursos, se podría reducir el número de personas que pasan hambre en el mundo en 100-150 millones.
Legalmente, los pueblos indígenas y las comunidades locales solo poseen una quinta parte de las tierras que cultivan conjuntamente y que se han encargado de proteger durante siglos.
Un sistema alimentario global más justo y sostenible
Promover el derecho de las personas que viven en la pobreza a un medio de vida adecuado y sostenible ha sido la piedra angular del trabajo de Oxfam durante muchas décadas. Buscamos que millones de mujeres y comunidades que encabezan la lucha contra el hambre puedan hacer frente al clima cambiante y aumenten su resiliencia y productividad. También queremos que tengan garantizado el acceso a las tierras y los recursos naturales de los que dependen.